Se que me preguntaréis que relación guarda ésta historia con nuestro afeitado y es que el protagonista de ésta bonita historia fué siempre fiel a su peluquero que lo cuenta con sumo detalle.
POR JOSÉ CASTAÑO RUBIALES.- A José Gálvez Buzón en el recuerdo. La ciudad de Jerez ha sido famosa en el mundo entero por sus vinos, caballos y por ser cuna del cante, pero también lo ha sido por sus ratones. (Foto: ABC)
Si ya en el jerezano Padre Luis Coloma escribió el año 1894 un cuento infantil (del que ya escribiremos) titulado “El Ratoncito Pérez” y sigue siendo famoso en el mundo entero, los ratones de la bodega González Byass no quedaron a la zaga de tan universal notoriedad.
Posiblemente estos ratones jerezanos han sido los más conocidos en todos los continentes. Especialmente los ratones bodegueros porque existen libros de cuentos, películas, y millones de fotos de cuantos visitantes del todo el mundo han pasado por estas bodegas. A pesar de ello, se conoce poco el origen que dio lugar a estos “ratoncillos del vino de Jerez”.
He leído bastantes historias sobre el mismo y su creador, sin embargo, pienso que ninguno tuvieron la oportunidad de conocerlo muy de cerca. Aquello sucedió cuando me convertí con apenas quince años en su barbero en la calle Bizcocheros; muy cerca de la de Antona de Dios nº 1, que era donde Pepe Gálvez vivía y moriría allí.
José Gálvez Buzón había nacido a finales del siglo XIX en Sanlúcar de Barrameda. Muy joven sus paisanos, los González de Soto, lo trajeron para que trabajase en sus bodegas de las que llegaría a ser capataz. Gálvez era bajo de cuerpo, regordete y con unos brillantes ojos azules aderezado con un fuerte carácter. Una circunstancia que no fue óbice para tener un gran afecto por su parte. Esta es la razón por la cual me contaba en repetidas ocasiones las historias de sus ratones.
Aquellos capataces de bodega se sentaban en unas “patriarcales” sillas de eneas. Desde ellas, observaban las faenas de bodega de los arrumbadores. Especialmente cuando autorizaban al personal a tomar las habituales copas del barril (le llamaban del gasto) pendientes que no bebiesen más de la cuenta.
Un buen día Pepe, en el silencio de la bodega, observó como un ratoncito se acercó sigilosamente hacia un “charquito” producido por el goteo de una canilla de una bota de vino dulce. Se acercó y comprobó como el ratón bebía con mucho deleite pero al escuchar un ruido quiso emprender la huida. Al pequeño roedor le costó encontrar su escondrijo; evidencia que se había emborrachado.
Todos los días aparecía el ratón a beber y Gálvez disfrutaba pensando que hasta los ratones les gustaba el jerez. Así que decidió echarle unos trocitos de quesos. Su sorpresa fue que al poco tiempo fueron llegando otros con las mismas intenciones que el primero de ellos.
Las borracheras y el queso eran tan compartidos que la clientela aumentó de tal manera, que Gálvez ideó poner en suelo de la bodega, varios catavinos llenos de vino dulce. De este modo les facilitaba el bebercio a los ratones y pronto encargó a los toneleros de la bodega que les hiciesen unas escaleritas de manera que llegasen a los bordes de la copa.
El espectáculo de aquellos ratones comenzó a ser tan visitado y célebre que los González Byass le hicieron saber a Gálvez que aquello no era muy edificante. De manera especial para las muchas damas que visitaban la bodega y eran tan temerosas de los ratones.
Los dueños de la bodega así como los amigos de Pepe sabiendo la reacción del viejo capataz, tuvieron que aceptar que eran tanta las visitas que estos ratones estaban atrayendo del todo el mundo, que no se atrevieron a contradecirlo. Lo que aprovechó Gálvez para pedirles que pusiesen celosías por todo el perímetro de la bodega, temiendo que entrase un gato y acabase con el espectáculo.
Todavía no habían terminado de poner la celosía cuando una noche se coló un gato e hizo tal escabechina en la colonia ratonera, que acabo con casi todos ellos. El disgusto fue tan tremendo que Gálvez decidió montar guardia, sentado en su sillón, con una escopeta de cartuchos dispuesto a vengarse del minino asesino de sus ratones.
La ausencia de ratones fue tan grande, que estando yo afeitándolo un día, me dijo: “Pepito por cada ratón me lleves vivo a la bodega te daré un duro”. Aquello era toda una fortuna para un joven como yo esa época, ya me entienden…
Y ni que decir tiene que José Gálvez Buzón se murió con la gran satisfacción que sus ratones siguieron correteando por entre la crujía y bebiendo jerez en la bodega de la Constancia, que ya sería conocida en mundo entero, como la bodega de los ratones del vino de Jerez.
Tomado del blog La Barberia de Jerez