Hola amigos, hacía mucho tiempo que no me dejaba caer por aquí. Pues aquí estamos porque hemos venido.
Lunes, 6 de julio de 2020
Coñacito musical: Mozart, Concierto para piano n. 19, Schiff, Camerata Academica Salzburgo, Végh. Decía el místico Furtwängler -otro genio a quien dedicaremos coñacito más pronto que tarde- que la música de Beethoven se eleva hacia el cielo, pero que la de Mozart desciende de él. Vale, la frase es pelín cursi, pero también brillante, no me digan que no. Y celestiales es un adjetivo que le cuadra a las versiones de estos conciertos dirigidas por el viejo Sándor Végh dos años antes de su fallecimiento. La melena blanca, la espalda ya encorvada, la mirada bondadosa pero rigurosa, el gesto fluido y sin batuta… y la música inundándolo todo. El bueno de Sándor fundó el Cuarteto Végh durante la II Guerra Mundial, y contaba que trabajaban día y noche buscando la perfección en medio de un mundo empeñado en destruirse. Un hombre bueno. Un sabio. Un artista que respiraba música por cada poro de su piel. András Schiff al piano y la Camerata Académica completan el baño de luz. Un poco de optimismo para empezar el lunes, vaya.
Afeitado:
Brocha: Garrapatero tejón High Mountain de la Cordillera del Himalaya, mirando al Nepal según se sube.
Jabón: RazoRock Mudder Focker
Maquinilla: Timeless Bronze OC
Cuchilla: Personna
Loción: Pinaud Whiskey Woods
Bálsamo: Aloe Vera Deliplus
Esta maquinilla es como una femme fatale de las novelas negras de Hammett o de Chandler. O tal vez como esa mujer de Sabina de frente muy alta, lengua muy larga y falda muy corta. Hermosa, misteriosa, con un glamour oscuro e irresisitible. La promesa del placer que se encuentra a una micra de distancia de la perdición. La atracción irresistible del abismo. O sea, mi pequeña Lauren Bacall, fría como el bronce y ardiente como el tacto de la cuchilla por la piel, que acaricia y quema a un tiempo. El beso apasionado y el sueño eterno. Y claro, si uno tiene a Lauren Bacall entre sus brazos (o entre sus dedos) y se siente Bogart por un momento, ha de acabar la escena oliendo a whiskey. ¿Y el apurado? Pues de cine, como no podía ser de otra manera, aunque con un par de puntos rojos en el labio inferior. ¡Ay, esos besos de la Bacall!
Y eso es todo, amigos. Sean buenos si no tienen nada mejor que hacer.