
Queridos amigos;
Todos me conocéis.
Sabéis que, desde bien pequeño, he sido un triunfador. No había examen en la escuela que me pillara por sopresa, profesor que me castigara o partido de fútbol en el que no marcara un gol.
Tal vez recordéis que fui el único de nuestra promoción al que todos los profesores vinieron a felicitar en la ceremonia de graduación.
Estoy acostumbrado a que las miradas se detengan en mí. No me gusta ser una parte más del paisaje, sino adecuar el paisaje a mis necesidades; ponerlo a mi servicio.
Pero bueno, todo esto lo sabéis de sobra.
De lo que, sin embargo, tal vez no tengáis noticia es de lo que sucedió después. La universidad fue casi un trámite, pero no porque me la tomara con relajo, sino porque la sencillez de las materias me sorprendió. Las asignaturas iban discurriendo como pasatiempos infantiles y en tercero de carrera una importante empresa se fijó en mi talento. Naturalmente, no podía ser de otra manera.
Durante dos años compaginé, sin mucho esfuerzo, eso es cierto, trabajo y estudios por lo que cuando me licencié (primero de mi promoción y con mención honorífica), ya era director del departamento.
Un par de años más tarde me casé con una maravillosa mujer a la que conocí de manera cinematográfica. Ambos corríamos por el aeropuerto intentando coger un vuelo cuando chocamos de manera cómica en uno de los pasillos. Cuando nos levantamos aturdidos nuestras miradas se cruzaron y, en ese momento, supe que ya no había vuelta atrás. El destino quiso que compartiéramos vuelo. Yo iba en viaje de negocios y ella tenía que hacer entrega de la corona de Miss Universo como ganadora de la edición anterior.
Ahora viene el momento en que quizá todos vosotros volviérais a tener noticia de mí. Obviamente, me refiero al momento en que me convertí en el Presidente de la compañía más importante del mundo, designado personalmente por el anterior presidente, a pesar de que sus hijos ocupaban cargos de importancia dentro del consejo. Pero él quiso que la empresa quedara en las mejores manos.
Prácticamente, el ascenso a lo más alto de la pirámide coincidió con la concesión del Nobel de Economía por mis estudios sobre las alternativas estructurales a la economía de mercado.
Como os he dicho antes, estoy acostumbrado a ser un triunfador. Por eso me dirijo a vosotros mediante esta carta; para deciros que con 40 años he conseguido lo máximo que un hombre puede conseguir en una vida, que nadie puede superarme y nadie podrá ya que, ayer mismo, me dí muerte.
Más allá de un aroma. Más allá de una marca. Más allá de un producto de consumo.
Original Vetiver de Creed supuso, para mí, una de las experiencias más impactantes que he vivido en el mundo de la perfumería.
¿Imagináis a ese coleccionista de discos, que anda por las ferias recopilando los vinilos más raros en busca de alguna joya oculta? Pensad ahora que ese coleccionista encuentra, de manera casi casual, la canción. O, mejor dicho, La Canción. Aquella que nunca se cansa de escuchar, aquella que le llena los oídos de alegría, aquella que le sigue poniendo los pelos de punta pese a sonar una y otra vez...
Pues eso me pasó a mí. ¿Qué le sucede a un coleccionista cuando encuentra la respuesta a tods sus preguntas? ¿Qué sentido tiene ahora su afición? Qué terrible es la sensación de que no hay nada más allá. ¡Y lo peor de todo! Saber que no es solo para mí. Tener el miedo de ir por la calle y olerla en un cuerpo que no sea el mío... Casi me arrepiento de escribir esto.
Para la mañana, la noche, para una cena, para tu boda, para dimitir en tu empresa, para regalarte un trocito de cielo, para ser FELIZ...
Creed ha subido los precios y ahora la botella de 120ml cuesta 170 euros. ¿Lo vale? Claro que no. Pero no porque sea caro. Sino porque a la belleza no se le puede poner precio. Pero es algo que, más allá de comprar, hay que vivir.
Notaréis que no he hecho mención a como huele. ¿Qué más da? Al fin y al cabo eso son datos pero, ¿cómo voy a describir cómo huele la felicidad?
Saludos