Bueno, yo creo que aquí se mezclan dos niveles: uno, funcional, el otro, psicológico. En el primero está claro lo que se apuntado ya, sobre todo, por el compañero [MENTION=3]Teiste[/MENTION]. Lo importante es lo que a cada uno le vaya mejor. En mi caso, creo que similar al de la mayoría, empecé con el afeitado clásico. En mi juventud no había otro. Algún compañero ha señalado que te daban la maquinilla, y a afeitarte. Ni ángulo, ni cambio de cuchilla -yo podía usar una cuchilla meses y meses. Así era el resultado. Recuerdo una maquinilla francesa que tenía en la tapa del cabezal un signo menos y otro más en cada lado -no recuerdo su marca- con la que me escabechaba a base de bien. Claro, como me pasaba la mano a contrapelo y seguía rascando la barba, me daba otra y otra pasada. Al final, las multihojas fueron un alivio. Yo creo que, además, apuraban más. Y ahora, gracias a un amigo, me he pasado al afeitado clásico. Todo empezó cuando le llegó su as-d2. La ilusión que le vi, me contagió. Y así entré en el afeitado clásico. Por supuesto, me compré la as-d2 y me produjo la misma ilusión que a él. Y con ella sigo.
Para resumir. Desde un punto de vista funcional, cada tipo de afeitado es mejor o peor en función de algo tan insondable como la piel y la barba de cada uno. En mi caso, el afeitado clásico tiene ventajas claras. No voy lógicamente a pormenorizar aquí sobre esto. Pero, para mí, el factor fundamental es sobre todo la limpieza del cabezal. Desde el golpe en el lavabo en el que salía despedido el cabezal casi siempre, al chorro de la ducha por su mayor presión, hasta los palillos, como se ha indicado antes, así como un largo etcétera de artimañas para limpiarlo, constituyen todo un mundo detestable para mí. Por eso, me pasé al clásico.
Desde el otro punto de vista -el psicológico- también está clara la cosa. El multihojas es un afeitado funcional, si se prescinde del para mí trauma de su limpieza, el clásico es, ante todo, un ritual que nos retrae a tiempos primigenios. Por eso el proceso tiene que ser completo, con su disfrute, con tiempo por delante, con toma de conciencia de lo que haces, etc. Se me ocurre una comparación, que creo buena: los relojes.
A los que nos gustan estas maravillas de la técnica, preferimos, sin duda, los automáticos. Y todo a pesar de sus inconvenientes. Estos relojes los tienes que limpiar, ajustar, aceitar cada cierto tiempo, son menos exactos que los de cuarzo, etc. Sin embargo, las grandes marcas hacen sobre todo este tipo de relojes con mejoras grandes, eso sí, como los powermatic 80, pero siempre basados en la mecánica capaz de medir el tiempo. Esta es la mística, el milagro: medir el tiempo mecánicamente. Te paras a pensarlo y parece algo sublime. Cómo medir el tiempo a través del juego de movimientos de distintas ruedas. Por supuesto, funcionalmente hoy no hace falta ni reloj: un móvil te da la hora más exactamente que este tipo de relojes. O cualquier reloj baratillo de cuarzo de plasticorro son más exactos. Pero no es cuestión de esto. Es la sensación y la conciencia de lo que llevas, de su significación. Del arte que conllevan. Lo importante no es lo que hacen, sino lo que son. Y en nuestro mundo es igual. No es sólo afeitarse. Es también la sensación de lo que haces y de lo que significa. Los humanos somos más simbólicos que funcionales, incluso hoy. En nuestras maquinillas no sólo vemos que nos afeitan, nos encanta, quizá más su estética, su forma, su construcción, la nobleza de sus materiales, etc., etc., etc.